Alguna vez me pregunté que era lo que ponía en boga un termino.
Originalmente encontré respuestas en determinaciones estructurales, leyes que delimitaban al mismo tiempo que regían los usos y costumbres, que escondían patrones tal vez demasiado prolongados o extendidos en el tiempo para poder ser percibidos por aquellos absorbidos por la inmediatez.
Como es costumbre, la arrogancia dio paso a una cautela escéptica que eventualmente decayó en la típica agonía desangelada de la desesperación, sin haber podido encontrar un patrón explicativo a la vuelta de cada esquina me volví a incorporar esta vez deseando que la piedra de rosetta del orden del lenguaje no estuviera en ningún lado, humilde aunque retorcida forma de homenajear aquello que me había resultado tan esquivo.
La remanida desidia, el éxtasis del tedio, nada parece oficiar de consuelo ya que convengamos, nunca me dedique con seriedad a investigar los bolsillos ajenos o el propio, o por lo menos si lo hice seguro que no fue con la suficiente ambición como para descartar aventurerismos o simplificaciones del tono de "Se dice que algo es de bolsillo porque su tamaño es pequeño, tan pequeño como para entrar en un bolsillo". Seguida de un "Y como querés que no se ponga de moda el término si todas las prendas vienen con bolsillo ahora, hasta las remeras".
24 jun 2007
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